jueves, 7 de mayo de 2009

Nuestra morbosa atracción por lo anormal

Anteayer estuve en una conferencia en la que se habló del paso del tiempo y se distinguió el tiempo mecánico (el que marca el reloj) y el tiempo interior. Era una distinción de Bergson. Digo esto, sobre todo, para que me re-suene un poco más a mí, porque el tema me interesa como ya he ido mencionando en el blog anteriormente (aquí, por ir a la última referencia). Bergson distinguía, además, dos maneras de entender el tiempo interior. Perdonad las imprecisiones: los nombres no los recuerdo y no me veo con ganas de buscarlos ahora. Uno era el tiempo interior sereno o bajo dominio. Por ejemplo cuando realizamos una tarea cuyo final prevemos: estamos comiendo, dando una clase, asistiendo a un concierto o a una ceremonia religiosa. También cuando vemos un partido de fútbol (por cierto: ¡Visca Barça!, ¡los milagros son posibles!. Perdonad la "morcilla".) Son tareas que llevan un tiempo, lo asumimos y el paso del tiempo se estabiliza. Pero hay un tiempo interior dramático o angustiado que es aquel cuyo final desconocemos: es el tiempo del que teme ser descubierto, del que aguarda el resultado de una operación grave, del que espera un acontecimiento cualquiera que quizá nunca se produzca. Es una espera abierta, lo que afecta a nuestra percepción.
Pues bien, hoy he leído una entrada que trata otra cuestión de la que yo también llevo el gusanillo dentro: en qué medida la actualidad periodística contribuye a deformar la visión del la vida. No desarrollo más la idea para no tostar a los benditos que pasáis por aquí, pero os dejo un enlace (aquí), que es el que motivó esta entrada, por si queréis ampliar esta cita.
Hay un deseo malsano de la prensa y los periodistas, de exagerar lo negativo que ofrece el ejercicio de vivir. Me recuerda a la señora Hearst, heredera de un imperio periodístico que se quejaba de que sus diarios solo hablasen de tragedias. Decidió sacar un nuevo diario que solo diese buenas noticias. “Baltimore: Hoy no ha sucedido nada malo”, “Nueva York: Se han casado 17 parejas en el día de ayer”. Tuvo que cerrar el diario un par de semanas después. Deducción: Un periódico no puede traer solo buenas noticias y lo que mejor coloca un joven reportero a su redactor-jefe, es una historia truculenta.

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