La desgracia de la historia moderna de Afganistán a través de la vida de dos mujeres. Un pueblo pobre, miserablemente pobre, y atrasado, castigado por las invasiones, las guerras civiles y el totalitarismo integrista. Y en ese mundo de sufrimiento, dos mujeres admirables padecen, como todos los afganos, el desastre de la guerra, la pobreza y la opresión, pero añaden además su condición de mujeres, que les hace víctimas en Afganistán de mil limitaciones e injusticias.
Hosseini consigue dar a sus novelas un tono cálido, a pesar de la dureza de lo que relata. Es capaz de evocar poéticamente el encanto de un arroyo seco: Cruza el cauce, saltando de piedra en piedra, entre botellas de refrescos rotas, latas oxidadas y un recipiente metálico con tapa de zinc, cubierto de moho y semienterrado. Y en medio de sus diálogos suena de fondo, de pronto, el rebuzno de un burro.
La novela se hunde en el dolor y se levanta sobre él, dándole un sentido. Y cuando ya uno da por concluida la narración, se prolonga, elevándose un poco más todavía, y otro poco, y otro poco.
Hosseini ama la vida y la describe con agradecimiento, como sus personajes: Es una buena vida, se dice Laila, por la que ha de estar agradecida. Es, de hecho, la clase de vida con la que soñaba cuando padecía los peores momentos con Rashid. Todos los días Laila se lo recuerda a sí misma.
De todas formas, me gustó más Cometas… 5/5.
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