Hace unos días puse una entrada sobre fray Luis, con motivo de la fiesta de la Ascensión, recordando el poema suyo de "¡Y dejas, Pastor santo / tu grey en este valle hondo, escuro"... Quise aprovechar la entrada para hacer una presentación de la poesía de fray Luis pero me parece más bien que perpetré un desaguisado. No me quedé satisfecho.
Leí a fray Luis por primera vez a los 17 años, cuando estudiaba Cou. No recuerdo que nadie me lo recomendara. Más bien debió responder a la curiosidad; a una etapa en la que me había propuesto descubrir por mí mismo qué había detrás de esos libros omnipresentes y de esos nombres famosos de la historia de la literatura española. Iba como el que va de visita a un yacimiento arqueológico, pero me llevé una sorpresa monumental.
De pronto descubrí que su lenguaje no me era extraño, que incluso percibía sus atrevimientos (como el curioso y famosísimo encabalgamiento de "y mientras miserable / mente..."), que muchos de los ideales clásicos de fray Luis resonaban en mi interior; que comprendía, como si se tratara de un hermano, sus deseos de paz y sencillez ("A mí una pobrecilla / mesa, de amable paz bien abastada / me baste") y veía también sus excesos, como ese celo amargo, un poco vengativo, con que fustiga a la tal Elisa (aunque, ahora que lo pienso, quizá el poema nació con la intención de prevenir a las jóvenes y no de escarmentar a ninguna vieja). Y mi sorpresa mayor era encontrar tanta afinidad con un escritor del siglo XVI, porque el siglo XVI no era precisamente el de mis abuelos ni mis bisabuelos. Pero estaba ante un hombre admirable con el que compartía mucho.
Asocio a fray Luis al Escorial, a un Renacimiento que es muy profundo y también muy religioso, cargado de fe y de afán de saber, de elegancia y también de cierto empacho de seriedad y de rigor.
Es un hombre sobrio, pero de calidad. Quizás no sea de oro, pero sí de plata.
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