Cuando alguien me dice: esta habitación está muy cargada o necesitas descansar, me hace un favor inmenso porque noto el sofoco o el cansancio pero no los identifico y, por eso, no sé ponerles remedio.
Este libro habla de la educación hoy y, sobre todo, de la tarea del profesor. Reconozco mucho de lo que describe en lo que vivo a diario y le quedo por eso muy agradecido.
El autor es filósofo y se nota esa capacidad de abstraer, analizar y universalizar sobre los acontecimientos ordinarios del aula.
El libro está dividido en cuatro partes: la tarea educativa, el profesor, el alumno y los padres.
Me interesó especialmente la primera, donde destaca que la educación es un esfuerzo de liberación. En ese esfuerzo es natural que el alumno ofrezca resistencia. El autor recordaba, para ilustrar esto, el mito platónico de la caverna y la película Matrix. Yo recordaba las batallas de la maestra en Miracle worker (El milagro de Ana Sullivan).
Lo fácil, lo natural, es dejarse ir, dejarse vencer por la pereza o la cobardía. La libertad -y el conocimiento, el pensamiento, la ciencia, el arte- exigen esfuerzo. La educación consiste en preparar para ese esfuerzo fomentándolo, ya que no hay modo de adquirirlo como hábito si no se ejercita. Diríamos que se nace necio (que se nace malo) pero se aprende a ser inteligente (bueno).
La educación tiene algo de violencia, de imposición, y, en esa tarea, los mayores hemos de ser fuertes. Las debilidades de padres y profesores son una rémora que los chicos detectan y explotan.
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