Los primeros puntos los he leído con la emoción de una obra de arte: un pasaje poético o musical en el que uno se reconoce. He vuelto a experimentar después la misma emoción. Me recordó el entusiasmo por las primeras lecturas filosóficas de mi adolescencia. Toda la encíclica me ha resultado conmovedora.
Me sorprende ver que el Papa se divierte en puntualizaciones filológicas y en disquisiciones e interpretaciones históricas. La Encíclica tiene así un tono de carta, muy personal, más ligada a un contexto y unas circunstancias concretas; menos universal e intemporal de lo que yo suponía propio de una encíclica.
Además, Benedicto XVI es un profundo conocedor de S. Agustín (al cual admiro) y yo disfruto mucho con las citas y cometarios que hace de él.
De la misma manera que hablando, también escribiendo Benedicto XVI es muy delicado. Cuando explica que la esperanza del cielo ayuda a sobrellevar las contradicciones ordinarias, sugiere: Quizás debamos preguntarnos realmente si esto no podría volver a ser una perspectiva sensata también para nosotros, dice. No afirma, recomienda una reflexión. Me da la impresión de que Benedicto XVI habla para un muro en el que intenta abrir grietas.
(Permitiéndome la irreverencia de puntuar una encíclica papal no quoad se, sed quoad me) 5/5.
No hay comentarios:
Publicar un comentario