domingo, 14 de marzo de 2010

Belarmino y Apolonio (1921), de Ramón Pérez de Ayala


No había leído nada de Pérez de Ayala y le tenía cierto respeto por su fama de novelista intelectual, pero quería ir "tapando vías de agua": siempre me ha disgustado hablar en clase de libros o autores de los que sólo tengo prejuicios. Y aunque ahora, la verdad, en el bachillerato español ya no se estudia apenas literatura, aún así intento poco a poco recortarle terreno a mi ignorancia.

Esperaba más de este libro, realmente. Por el momento en que escribe, por el carácter liberal de escritor, por su fama de anglófilo, esperaba disfrutar con la novela. La introducción de Andrés Amorós (en la edición de Cátedra que he usado) había disparado mis espectativas.

Pero leerla ha sido como una larga excursión por un monte sin gracia. No hay interés argumental y el discurso se va haciendo progresivamente más pesado.

Las continuas digresiones intelectuales de Pérez de Ayala son casi más lecciones de ingenio o de erudición que intentos de hacer reflexionar. El narrador (cualquiera de los varios que tiene la novela), o determinado personaje, de pronto, se plantea alguna cuestión de arte, filosofía, religión o sociedad (más o menos al hilo de la trama), le da un par de muletazos (algunas veces interesantes) y pasa a otra cuestión como dejando aquélla vista para sentencia. Y de ordinario no, ni mucho menos.

El lenguaje de muchos personajes y del narrador tiende a ser como el de los sainetes de Arniches: gente humilde empleando palabras grandilocuentes. Gracioso... al principio. Tiene la novela (en su estilo, sus personajes, la trama) un tono general caricaturesco que se me hizo cargante. También influye en hacer la novela pesada que hay momentos en que engancha el autor páginas y páginas sin un punto y aparte: ¡en una ocasión, hasta 14 páginas! No sé si Pérez de Ayala se había propuesto un reto personal o quizá fuera por ganar una apuesta.

Argumento esbozado: un zapatero, Apolonio, se disputa la clientela con otro, Belarmino, y pese a triunfar en la empresa, envidia al probre Belarmino por su (por otra parte, ridículo) prestigio intelectual. El hijo, seminarista, de Apolonio se enamora de la hija de Belarmino. Festival de desgracias personales.

En su parte final, cuando el protagonismo de los zapateros pasa a sus hijos (Agustias y Pedrito), la novela se tiñe de un clericalismo ridículo. Pérez de Ayala se interesa desmedidamente por la vida y la vocación de curas y frailes, por cómo viven, cómo piensan, cómo visten, cómo hablan. Muestra un evidente desagrado ante el mundo clerical que sale dibujado como ignorante, desgraciado o falso.

Un punto de vista despectivo, un prejuicio con tintes de obsesión, impropio de alguien culto y liberal. 2/5.

2 comentarios:

Helena Méndez dijo...

completamente de acuerdo con tu comentario. Creía ser la unica.

alfonso dijo...

Gracias por tu comentario, Helena. Me alegra encontrar eco. Leí con atención el libro por interés profesional. Quería además lograr una opinión de primera mano para poder interpretar lo que dicen las historias de la Literatura.