Siempre quedan aquellos que asumen la responsabilidad de defender a Dios, como si la Realidad Suprema, el marco sustentador de la existencia, fuera algo endeble y desamparado. Estas personas son las que ven a las viudas deformadas por la lepra que piden unas cuantas monedas y pasan de largo, que ven a los niños harapientos que viven en la calle y pasan de largo. Piensan: "todo va bien". Pero si perciben un desprecio hacia Dios, eso ya es harina de otro costal. Enfurecen, se ponen rojos, respiran agitadamente, farfullan de indignación. Su determinación es aterradora.
Esta gente no se da cuenta de que tienen que defender a Dios en el interior, no en el exterior. Debería dirigir su furia a sí mismos. Pues el mal que anda suelto es el mal que ellos mismos han sembrado desde su interior. El campo de batalla principal del bien no es el espacio abierto de una arena pública, sino el pequeño claro que hay en el corazón de cada uno.
(Yann Martel, Vida de Pi)
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