Y entonces la hiena comenzó a reír. ¿De acuerdo con el cambio? ¿De acuerdo con que su enemigo se convirtiera en deán y recibiera mil doscientas libras al año? Cuando Medea describe las costumbres de su país de origen (y cito de la edición de Robson), le asegura a su atónito oyente que, en su tierra se comen a todos los prisioneros. “¿Vosotros los perdonáis?”, pregunta Medea, a lo que el gentil griego responde: “Pues claro que sí”. “¡Pues nosotros nos los comemos!”, afirma la de la Cólquida con rotunda energía. La señora Proudie era la Medea de Barchester, y pensaba comerse al señor Slope. ¿Perdonarlo? ¿Sólo librarse de él? ¿Hacerlo deán? Eso no era lo que hacía la gente como ella con los prisioneros en su país. Que no esperara el señor Slope semejante misericordia de ella, porque lo iba a roer hasta los huesos.
(Anthony Trollope. Las torres de Barchester)
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