Repasas el equipo,
eliges municiones,
supervisas con celo el armamento
(el índice acaricia la mira y el gatillo).
Te acercas a la hoguera
apurando las horas de la noche
junto a los camaradas, que comparten
la euforia de la espera:
las ebrias horas de antes de un combate.
Será cuando amanezca.
Esa febril locura de gritos y explosiones
estallará de pronto como un arco tensado
como un fragor de sangre que se agolpa en las sienes
y no habrá que pensar
sino sólo matar
y correr
y matar.
Sobre la tierra dura retornará el silencio,
retornará la noche.
Y una tela de escarcha se posará ignorante
—bien lo sabes—
sobre el suelo poblado de cadáveres mudos.
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