miércoles, 16 de enero de 2008
Hasta la última gota
Una vez, en Zaragoza, durante el servicio militar, hicimos una marcha de doble jornada con noche al raso. Era verano. Hacía calor. Teníamos que completar un recorrido de unos 30 o 35 km (si no recuerdo mal) e íbamos en grupos de cinco o seis, siguiendo cada grupo rutas distintas, guiándonos con ayuda de plano y brújula. En la mochila llevábamos una caja con la cena del primer día y el desayuno y la comida del segundo. Para cenar teníamos un par de latas (al menos una de pescado) y un postre de compota. Íbamos justos de agua y durante la marcha debíamos racionarla. Yo fui en eso ejemplar: llegué a la cena con 4/5 de cantimplora y salí todavía con 3/4. Pero no contaba con el efecto perverso de las conservas: me desperté a media noche muerto de sed, alargué un brazo fuera del saco de dormir y agarré casi inconsciente la cantimplora. Empecé a beber y a beber y a beber: ¡hasta la última gota! La naturaleza tiene sus exigencias y lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible. Por fortuna, al día siguiente pudimos repostar agua pronto.
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