—Supongamos que usted le da el ser a una criatura, y que se lo da con tanta plenitud que la criatura, lejos de reconocer en usted a su causa primera, se imagina ser por sí misma, libre de toda relación entre causa y efecto. Supongamos que Don Quijote, por ejemplo, negara la existencia de Cervantes: esa exuberancia de ser, que Cervantes dio a su héroe y por la cual se ve negado, ¿no sería el más agradable incienso que, como creador, pudiera recibir de su criatura?
— ¡Hum! —observé—. Teorizadores menos peligrosos que usted acabaron en el fuego, cuando el mundo era más prudente.
(Leopoldo Marechal. Adán Buenosayres)
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