La vida en ocasiones
se empeña en amargarme la existencia
poniendo mis carencias bajo el foco.
No contenta,
me lleva a su despacho donde a puerta cerrada
me suelta una monserga
sobre aspectos que atañen a mi vida privada
(y con qué tino acusa, la muy perra).
Pero yo no la escucho:
finjo estar atendiendo
y le pongo carita de cordero
pero estoy a kilómetros de allí
cantando la traviata en bañador
debajo del torrente atronador
de alguna catarata.
Ella nota el vacío y se exaspera,
aunque acaba tirando la toalla
y yo mantengo el tipo (que no es poco) hasta el próximo asalto.
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