Ayer le di tal empujoncito al soneto que casi lo embarranco. Os presento (más o menos) los resultados:
Arranqué por un posible final. Siempre conviene tener asegurado el cierre del poema para no atascarse en un callejón sin salida. También para saber adónde vamos. Se me ocurrió que la mula termina el soneto con una queja: “¡hay que ser bestia!”. La queja es más divertida, por paradójica, si se dirige a un hombre, a los pastores: “¡hay que ser animal! ¡hay que ser bestia!” De ahí pasé a escribir estos:
El muy analfabruto ni siquiera
se ha sacudido el barro de las botas
y encima está sonándose los mocos.
¡Hay que ser animal!, ¡hay que ser bestia!
Que luego acabaron convertidos en dos tercetos íntegramente dirigidos a un pastor al que la mula pone a caldo y dicen así:
sin afeitar, diciendo palabrotas,
con las manos manchadas como pocos,
sin tomarse siquiera la molestia
de sacudirse el barro de las botas,
y ahora reza, llorando hasta los mocos.
¡Hay que ser animal!, ¡hay que ser bestia!
(“Con las manos manchadas”, no está muy conseguido, pero tiene un aire de conciencia culpable más interesante que “con la zamarra sucia”, por ejemplo. Dudo. Ese verso es el peor, tampoco la rima es buena. El penúltimo también debería mejorarse.)
Como veis, han cobrado los pastores un papel principal que no pretendía. De hecho, ya apenas le he encontrado sitio al buey en el poema. Tampoco he podido caracterizar a la mula. Encima me he atascado con los cuartetos, por obsesionarme con la idea de la “coz” y la “voz”. Tengo este cuarteto:
En cuanto la Señora al Niño acueste
voy a tener que dar un par de coces
porque están los gañanes dando voces
y hay un olor a cabra que es la peste.
Las dos rimas me resultan complicadas y ahí me atasqué. La de “acueste” y “peste” es porque tengo preparado el verso que enlaza con los tercetos: “y llegan como brutos, como éste”. En fin, si no resuelvo bien, tiro el cuarteto a la basura y empiezo con otras rimas. ¡Ya falta menos… para Navidad!
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