martes, 11 de diciembre de 2007

Más extraño que la ficción (Stranger than fiction)


El protagonista de una novela descubre que su escritora se propone "matarlo". Al enterarse, sufre una pequeña crisis existencial (abandona la rutina; pasa a hacer lo que de verdad quiere) y trata de prolongar su vida acudiendo directamente a entrevistarse con la autora.
El mundo de la ficción y el de la realidad en la película son iguales pero paralelos al principio. En cuanto empiezan a cruzarse, quedan confundidos. El juego de mezclar realidad y ficción se parece al que utilizan otras historias de dar saltos en el tiempo y conectar el presente y el pasado: son juegos sugerentes pero se salen de la lógica y resultan incomprensibles. La historia se vuelve confusa, inevitablemente.
Lo más positivo es que anima al espectador a aprovechar el tiempo. Me recordó en eso aquella famosa anécdota ejemplarizante que se cuenta de san Luis Gonzaga: le preguntaron qué haría si supiera que le quedaba muy poca vida; lo que estoy haciendo, contestó, más o menos (disculpadme las imprecisiones, estoy escribiendo al vuelo).
La película me recordó también a Niebla, de Unamuno. Unamuno veía en la férrea relación que mantiene el autor con su personaje una metáfora (resentida) de la relación del Creador con su criatura. En Más extraño que la ficción ese nivel sólo se roza. Se pasa por él como con miedo, de puntillas, sin profundizar. Y el “personaje” es muy dócil; no se enfrenta con su autora (como sí hace Augusto Pérez con Unamuno).
Dos apuntes más:
1. Cuando el protagonista decide declararse a la chica le dice "te deseo". No sé en qué términos se expresa en inglés, pero así dicho me pareció una declaración de amor de impresionante voracidad. ¡A la cama!: no perdamos tiempo, que no me sobra. ¡¡Viva el romanticismo!!
2. Puestos a jugar a la narratología (como hace el guión), es un poco burdo identificar (como hace el guión) “narrador omnisciente” y “autora”. 3/5.

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