Durante mis estudios de Filología Hispánica contemplé con cierto escándalo (al principio) lo poco que leían muchos de mis compañeros y la despreocupación cínica con que se lo tomaban. Esos serían, el día de mañana (hoy), los profesores de literatura de institutos y universidades... Si los profesores no conocen los libros de los que hablan o temen acercarse a ellos, difícilmente los alumnos se sentirán inclinados a leer nada.
Esto me llevó a considerar la pregunta de si realmente vale la pena estudiar una materia (Historia de la Literatura) que a la mayoría no interesa. ¿Tienen realmente algún interés esos libros pretéritos? ¿Algo que no sea interés histórico o erudito? ¿Tiene sentido esforzarse en mantener la memoria de unos escritores o unos títulos si no aportan nada al lector moderno?
La respuesta que me he dado es que la historia de la literatura exige la misma labor crítica que la literatura contemporánea: lectura, revisión crítica y valoración. Hay cosas del pasado que merecen exaltación y monumento conmemorativo mientras que otras, mejor entierro caritativo.
En el caso concreto del Guzmán de Alfarache, no tengo opinión formada todavía (y la verdad es que no me urge demasiado formármela).
Esto me llevó a considerar la pregunta de si realmente vale la pena estudiar una materia (Historia de la Literatura) que a la mayoría no interesa. ¿Tienen realmente algún interés esos libros pretéritos? ¿Algo que no sea interés histórico o erudito? ¿Tiene sentido esforzarse en mantener la memoria de unos escritores o unos títulos si no aportan nada al lector moderno?
La respuesta que me he dado es que la historia de la literatura exige la misma labor crítica que la literatura contemporánea: lectura, revisión crítica y valoración. Hay cosas del pasado que merecen exaltación y monumento conmemorativo mientras que otras, mejor entierro caritativo.
En el caso concreto del Guzmán de Alfarache, no tengo opinión formada todavía (y la verdad es que no me urge demasiado formármela).
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