"¿Quién conoce a una persona de la que se pueda decir que es completamente feliz?", pregunta el profesor de ética en clase de 4º de la ESO (15 años), con idea de explicar algo sobre la felicidad.
La clase se inhibe. La expresión "completamente feliz" es exigente y si no se quiere meter la pata, mejor no significarse. Pero un alumno levanta la mano.
"Dime, Fulano, ¿de quién se trata? ¿A quién conoces así?" "Yo."
Un adolescente feliz... ¡Rara avis! Y sin miedo a decírselo al mundo. ¡Rarísima!
Su padre, al saberlo, no cabía en sí de gozo.
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