Durante la carrera de Filología Hispánica, el Guzmán de Alfarache era el prototipo de libro del que se desconocía que tuviera lectores, aunque todo el mundo hablara de él como importante novela continuadora del género picaresco.
Probablemente figuró en alguna lista de lectura de Segundo de Carrera o así, pues durante la Carrera recibíamos largas listas de lecturas obligatorias que cada cual cumplía más o menos en la medida de su aplicación, su diligencia y su interés. Yo tenía interés, pero poca diligencia y poca aplicación. El Guzmán no lo leí. Creo recordar que leí un 60% de lo que se me exigía en las diversas listas.
También es verdad que decir “exigían” es mucho decir, porque luego las lecturas apenas se controlaban y el sistema carecía de fuerza coercitiva. Se podía terminar la carrera sin haber leído lo fundamental de la Literatura española. De hecho mucha gente lo habrá hecho porque entre mis compañeros/as había casos antológicos de fobia a los libros de más de veinticinco años de antigüedad.
Yo saqué la conclusión de que, a poco que nos descuidáramos, la literatura quedaría en un conocimiento con el que podría ganarse el quesito marrón del Trivial Pursuit o el sueldo como profesor de Instituto o Universidad, repitiendo lecciones sobre autores y obras que ni el profesor ni los alumnos han leído ni se plantean leer. Como el Guzmán de Alfarache que escribió (lo sé, lo recuerdo bien, de memoria, sin mirar) Mateo Alemán.
Un absurdo lamentable.
1 comentario:
Lo reconozco: yo tampoco me lo he leído, como tantos otros (como tantos otros individuos no se lo han leído y como tantos otros libros no me he leído).
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