Leí una vez la historia de un profeta que predicaba sin éxito la conversión de una ciudad. Se le acercó un niño que le preguntó por qué seguía predicando si nadie le hacía caso. Al principio ―le respondió el profeta― predicaba para que la gente cambiara. Ahora lo hago para que no me cambien a mí.
Hoy iré por la tarde (18.30 h.) a una concentración ante el Ministerio de Sanidad en protesta por los abusos de ley que las clínicas abortistas barcelonesas cometían. Criminal y repugnante.
No espero nada de esa concentración. Creo que el movimiento abortista es visceral y no se deja convencer por razones ni protestas. Pero yo no puedo estar callado ante una catástrofe semejante. Como les pasó a los alemanes durante el nazismo; que no digan después que nadie alzó la voz. Que no me vuelva yo también insensible.
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