Cuando estaba en la universidad tenía un despertador muy gracioso: era un armatoste grande (25 cm de altura) con forma de huevo. La alarma se ponía en marcha levantando la tapa (como si se tratara de un huevo duro) y su sonido era el canto de un gallo. Al principio uno se transportaba por las mañanas a una granja en el campo gracias al gallo. Al principio.
El sonido provenía de un disco muy rudimentario leído por una aguja que imagino también bastante grosera: se podía oír fácilmente cómo la aguja entraba en el surco dos o tres segundos antes de que el gallo se arrancara.
Pronto la gracia dejó de tener gracia.
En cuanto la aguja entraba en el surco, me despertaba obsesionado con apagar la alarma antes de que cantara el gallo. El despertador admitía un trato brusco. No se rompió. Pero no sé qué pasó con él. Supongo que un día decidí no seguir sufriendo con un despertador tan simpático.
No hay comentarios:
Publicar un comentario