Perde me pedía en un comentario reciente (aquí) que le dedicara alguna entrada a Gustavo Adolfo Bécquer. Y aquí vengo a intentarlo, a ver si no me estrello.
Bécquer comparte con Garcilaso de la Vega el mérito y la capacidad de recuperar para la poesía la sintonía sentimental con el lector. Por eso, ambos poetas han supuesto hitos trascendentales de la poesía en español. De Bécquer aprenden los modernistas, Juan Ramón, la generación del 27... Es, sin duda, uno de los grandes.
Pero así como a Garcilaso lo tengo en "mi estantería", a Bécquer no. Su poesía me resulta dulzona en exceso. Mucha exclamación, muchas tupidas madreselvas y pálida frente y amor fatal. En demasiadas ocasiones sus poemas me parecen una parodia, y no logro tomármelos en serio.
Yo cuando leo "Mi vida es un erial: / Flor que toco se deshoja..." recupero el ánimo y salgo con una sonrisa, por muy profundo que fuera el bache en el que estaba.
Y eso al margen de que Gustavo Adolfo es un nombre como para protagonizar un culebrón venezolano.
2 comentarios:
Y nosotros somos los herederos directos del romanticismo. La prueba es la nostálgica exaltación de la propia tierra: Minha terra, minha terra, terra donde meu crié.
Herederos directos del romanticismo... no sé, no sé. Tan directos, creo, como de cualquier movimiento anterior y posterior: de padres a hijos, una línea continua. ¿Que seguimos siendo románticos sentimentales? Quizás, pero es que Bécquer se pasa. Rosalía, un poco también.
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