Durante el servicio militar era frecuente encontrarse personas que llevaban un calendario con los días de "mili" que les quedaban y en el que tachaban, felices y contentos, los días ya cumplidos.
Me desconcertó. Tachar un calendario me parecía una concepción trágica del tiempo, el rechazo desagradecido de un don y, en el fondo, una ofensa a Dios. Era como, por mostrar descontento con el presente, tirar a la papelera un año entero. Exagerando un poco esa actitud implicaba ir tachando con entusiasmo los días de vida que le restan a uno.
Ahora me viene esta idea a la mente cuando oigo decir un sencillo "ojalá llegue el viernes", "ojalá llegue el puente" o "las Navidades". Y yo, exagerando un poquito, pienso que eso es como decir "ojalá pase este curso", "ojalá se me pase rápido la vida", "ojalá llegue la muerte".
Por otro lado, pienso que todo también se andará, todo llegará (el viernes, las Navidades, la muerte...), pero no parece razonable desear que se precipiten los acontecimientos.
2 comentarios:
Ojalá: de algo irrealizable o más sencillamente una ilusión. La ilusión de una actividad que rompe la rutina. El buen educador consigue que sus alumnos vean novedades en los días rutinarios.
La verdad es que no resulta muy sencillo hacer inolvidable lo cotidiano. En cierta medida creo, incluso, que se trata de un imposible. La rutina es una necesidad para el hombre: es la pauta sobre la que hacer variaciones. Estrenar todo siempre es como carecer de patria, vivir desarraigado. Pero, efectivamente, la rutina es un peligro también.
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